domingo, 25 de mayo de 2008

HORRRAY: encontré a otro cecilio en este mundo (abarrotado de no-cecilios).

mi prima julia vive en chicago porque... no recuerdopor qué. recuerdo que cuando le pintó lo de irse mi madre me llamó por teléfono, tipo ocho de la mañana de un sábado, y me dijo: “tu prima juli se va a chicago a...” y yo me quedé dormida. “... es una gran oportunidad” concluyó ella. yo le dije que sí, sí y colgué. porque una que trabaja de sol a sol en una oficina, lo mínimo que se merece en la puerca vida es poder dormir el sábado hasta el mediodía.

pero bueno, el asunto es que esta prima vino de visita a buenos aires y mi madre me acosó tanto para que la viera que quedamos un día en ir a comer. su vida en chicago es más o menos esta: enganchó a un yankee, le parió dos hijos y, a cambio, todo parece indicar que el tipo le garpó unas cuantas cirugías estéticas. porque yo recuerdo bien a mi prima y no voy a decir que era una ballena pero tampoco era eso que vi. ahora es una rubia sílfide de suburbio que, no me lo dijo pero lo adiviné, se coge al jardinero y toma clases de salsa cubana.

conmigo se hizo la intachable, claro, me vendió el paquete de madre abnegada, de esposa fiel y tetas naturales, y hasta se atrevió a juzgarme porque cómo era posible que yo todavía no me hubiera casado o juntado o, al menos, que estuviera de novia. “¿no te dan ganas de organizarte, caro, formar una familia, tener hijos?” yo le dije que sí, que ganas me daban, pero también me daban ganas de irme a parís y embutirme de foie-gras y bien que me veía frente a una milanesa napolitana en la calle corrientes. Julia dijo: “claro, sí, entiendo”. pero no entendía nada, obvio, ni siquiera entendió el chiste: nadie que sólo coma ensalada puede mantener despiertas sus neuronas. después me dijo que, igual, estaría bueno empezar por cuidarme un poco la boca, que así gordita como estaba lo de conseguir marido se complicaba. y cuando pedí el flan mixto me miró re mal. “pero, caro, ¿no querés adelgazar?”, dijo. “y sí, adelgazar quiero, pero también quiero flan. digo, una quiere tantas cosas que no se corresponden”. ella se quedó callada, tomándose un té de manzanilla que parecía pis, con esa cara de sentirse tan superior a mí por tener todo lo que ella supone que yo querría tener: marido, hijos, cintura de avispa y un jardinero semental. supone mal, con la cintura de avispa y el jardinero me conformaría, al marido y a los pendejos se los puede comer con rúcula.

cuando pedimos la cuenta, el clima ya estaba bastante tenso. caminamos una cuadra y llegamos a la esquina en la que yo doblaría hacia mi oficina y ella hacia su vidita de utilería. entonces me dijo: “el cinismo es un mecanismo de defensa, yo creo que hacés chistes porque te sentís vacía”. ¡pero qué tipa! ya sabía lo que se había ido a hacer a chicago: un curso intensivo en romper huevos. ¿no me acababa de decir que estaba gorda? ¿cómo una gorda se puede sentir vacía? así se lo dije: “para nada, si me siento llenísima, estoy a punto de reventar” y tendría que haberme callado la boca, pero seguí: “vacía debés estar vos, pero de la cabeza”, le dije, dándole con la mano un par de toquecitos en la sien. julia me lanzó una de esas miradas malditas, onda “me das tanta pena chancha fracasada”, y se fue sin decir más nada.

yo me quedé re mal, me jodió el día, hasta me dieron ganas de llorar. ¿que por qué? porque es obvio que uso el cinismo para defenderme: ¿y? ¿acaso sería preferible que usara un cuchillo? con gente como mi prima y sus juicios, me pasa igual que con los hombres. como, por ejemplo, el típico chabón que a la mañana siguiente sale con que: “yyy, todo bien, pero dejame que yo te llame porque, bueno, qué se yo...”. y patina y da vueltas queriendo decirme lo que ya sé. ¿entonces qué hago? en vez de asesinarlo, lanzo una de mis líneas tipo: “che, pará, ni que la tuvieras tan grande”, un suponer. y asunto resuelto: el chabón me odia, pero prefiero eso a que me tenga pena. o como el tipejo ese que ni conocés, pero que alguna amiga fantasiosa se le ocurrió que podrías gustarle y arma un plan de cuatro para que se conozcan. y allí estás vos a la espera del galán incógnito, que cuando llega se engancha a hablar con tu amiga y su chico y a vos te trata para el orto, o peor, se porta condescendiente, anticipando con eso que estás a punto de ser rechazada por alguien que ni siquiera te interesa. ¿qué se supone que haga? en vez de escupirle un ojo, me levanto y me voy, no sin antes lanzar otra de mis líneas tipo: “¡ciao, muchachos! acá la cosa pinta chata y en casa me espera mi poronga inflable”, o algo así.

porque lo mejor que podés hacer frente a un golpe que se ve venir no es esquivarlo, sino pegar antes. habrá gente del estilo de mi prima que me diga: “ah, pero si vos fueras una persona valiente, esperarías hasta estar segura de si lo que te viene es un golpe o, vaya a saber, un beso apasionado, una mano deliciosa que te baja por la espalda y se te instala en el culo, una linda frase al oído de las que te hacen temblar las piernas o una propuesta de matrimonio”. a esos les digo que ya esperé bastante y me llevé muchos cachetazos, y que poner la otra mejilla nunca fue lo mío.

carolina balducci, revista c.

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